Cuando tu forma de pensar aumenta el estrés

Una gran parte de mi trabajo consiste en ayudar a los profesionales a desarrollar estrategias para ser resilientes frente a los factores estresantes externos que son inevitables en nuestro día a día. Pero en muchas ocasiones, los factores estresantes nos son externos, si no que son el resultado de nuestra manera de pensar y nuestro modo de interpretar la realidad, y el perfeccionismo es uno de ellos.

Aunque es cierto que el perfeccionismo es una forma de ver la realidad, parte de esa visión proviene de vivir en una sociedad que rinde culto al rendimiento y a la excelencia constantes y nos pide que nos veamos como personas especiales y por encima de la media; por lo que tendemos a sentirnos amenazados si no somos perfectos o perfectas en nuestra vida profesional y personal. Esto, indudablemente, es una fuente de estrés inagotable.

El perfeccionismo no solo consiste en obtener resultados perfectos, sino que afecta a muchos más ámbitos de tu vida.

Pero antes de continuar, me gustaría preguntarte ¿te consideras una persona perfeccionista? Curiosamente, muchas de las personas con las que he trabajado no eran conscientes de su perfeccionismo, pero sí, en cambio, padecían el estrés de serlo. Te invito a que contestes a estas sencillas preguntas para averiguarlo:

  1. Aunque sienta que debería relajarme, me cuesta bastante encontrar huecos para hacerlo. Si ( )   No (  )
  2. Me gusta estar ocupada/o, cuando no tengo nada que hacer, me da la sensación de que pierdo el tiempo. Si ( )   No (  )
  3. Me molesta bastante cuando he planeado cómo va a ser mi día y algo se tuerce. Si ( )   No (  )
  4. Me cuesta bastante delegar, me siento más segura/o haciéndolo yo. Si ( )   No (  )
  5. Soy muy detallista y disfruto cuando todo está ordenado y en su sitio. Si ( )   No (  )
  6. Le doy muchas vueltas antes de decidirme por algo. Si ( )   No (  )
  7. Me influye bastante lo que la gente pueda opinar de mi. Si ( )   No (  )

Si has contestado que “si” a dos preguntas, eres “poco perfeccionista”, si has contestado que “si” entre tres y cinco preguntas, eres “bastante perfeccionista” y si has contestado que “si” a seis o siete preguntas eres “muy perfeccionista”.

Como ya habrá podido deducir por las preguntas, el perfeccionismo no solo consiste en obtener resultados perfectos, sino que afecta a muchos más ámbitos de tu vida.

Es innegable que detrás del perfeccionismo también hay aspectos positivos, el principal es la voluntad de dar lo mejor de uno mismo. Esforzarse por conseguir y mantener un nivel alto de rendimiento puede ser un rasgo productivo y sano que, además, está muy valorado y premiado en el ámbito profesional. Pero cuando gran parte de tu valoración y de tu autoestima se basa en ser productivo o productiva y tener éxito, entonces has rebasado una línea invisible entre la autoexigencia sana y el perfeccionismo estresante y tóxico.

Un buen indicador de que has rebasado esa línea invisible es lo que yo denomino “el balance emocional medio”. Si rara vez experimentas sentimientos de satisfacción, orgullo y valía hacia ti, si no que más bien sientes frecuentemente decepción, insatisfacción y angustia, el balance emocional medio es negativo y es un buen indicador de que has rebasado esa línea invisible.

El perfeccionismo realmente descansa sobre tres reglas o tres necesidades muy humanas y muy inconscientes.

Como comentaba al principio, el perfeccionismo funciona como un filtro. Es lo que se denomina filtro de pensamiento. El filtro de pensamiento es una forma de pensar que hace que veamos la vida de una determinada manera.

Lo curioso es que estos filtros actúan de forma automática (se ponen en marcha cuando quieren) e inconsciente (no somos conscientes de que se han puesto en marcha). Es como si llevásemos unas gafas de sol, que nos filtran la luz, pero que no sabemos que las llevamos.

Existen varios filtros que nos distorsionan la realidad, vamos a analizar dos de los más frecuentes:

El filtro de “Blanco y negro”.

La realidad se ve en blanco y negro en solo dos colores. O las cosas están bien o están mal, o has triunfado o has fracasado. El sentido de la mesura no forma parte del análisis.

  • “O has dicho todo lo que tenías pensado decir a tu jefe o la reunión con él ha sido un desastre.”
  • “O la pregunta que vas a hacer al ponente de la conferencia que asistes es muy buena o te callas.”
  • “O el informe que vas has enviado no está perfecto o entonces no ha valido de nada.”
  • “O estás conmigo, o estás contra mí.” Es una manera de decir que si no lo haces a mi manera está mal.

El filtro de “Sí, pero…”. Este filtro es el que nos dice que no está mal, pero que habría podido hacerlo mejor.

  • “Isabel, enhorabuena por tu exposición delante del director, te ha salido muy bien, pero si hubieras mencionado los datos del trimestre pasado te hubiera salido redondo.”
  • “Felicidades, me he enterado de que te han contratado. — Sí, pero me han hecho un contrato de 6 meses y ya veremos si me renuevan.”

El “sí, pero” es un análisis negativo porque contrarresta y te priva de todos los beneficios y comportamientos positivos que has tenido. No te permite de disfrutar de los éxitos porque te está diciendo que aún no basta.

Un ejercicio que te propongo es que te fijes en cuantas veces te dices “sí, pero” al día.

Si profundizamos más, el perfeccionismo realmente descansa sobre tres reglas o tres necesidades muy humanas y muy inconscientes: La necesidad de sentirnos valorados (a través de resultados excelentes), la necesidad de sentirnos acogidos (buscando la aprobación y el agradar a los demás) y la necesidad de sentir el control. Estas necesidades se convierten en normas de vida estresantes y van a influir en tus comportamientos, en tus pensamientos, en tus emociones, en cómo te relacionas con los demás y en definitiva, en cómo ves y vives la vida.

Cada una de estas necesidades conlleva una serie de comportamientos y un sistema emocional que se pone en marcha como comenta Frederic Fanget en su libro “Cuando hacerlo bien no basta”.

Por ejemplo, un jefe o una jefa perfeccionista tiene que estar al tanto de todo, revisarlo todo y estar informado de todo, ya que teme no poder hacer frente a lo imprevisto. El control produce seguridad y teóricamente tranquiliza, pero paradójicamente se consigue lo contrario.

Podemos concluir que, las personas perfeccionistas tienden a padecer más estrés porque dedican mucho tiempo y esfuerzo a obtener resultados sin errores, aplicando normas muy exigentes al propio rendimiento y con el miedo de no controlarlo todo y la preocupación de no estar a la altura.

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